Hace poco leí una frase que decía “Cuando te sientas solo es que te has olvidado de ti”. Poner el foco fuera hace que no nos veamos por dentro y dejemos de escuchar lo que necesitamos para crecer personal y profesionalmente.
NO, es una palabra muy importante. Descubre porqué aquí
Alejandro Vera, psicólogo y nutricionista de Grulla Psicología y Nutrición, nos enseña a discernir cuando ayudar a los demás o ayudarnos a nosotros mismos. Tener en cuenta esto, puede favorecer nuestra Marca Personal.
Cuando hablamos sobre límites, solemos hacerlo en referencia a los demás. Por ejemplo, cuando tenemos que negarnos ante una petición (ese famoso decir NO).
Pero ¿qué pasaría si le damos una vuelta al enfoque y realmente a quién hubiese que poner esos limites no es a los demás, sino a nosotros mismos?
¿Dónde tenemos que colocar nuestros propios límites a la hora de ayudar a los demás?
Hace poco llegó a mi consulta la historia de una persona que me hizo pensar. Sin revelar ningún tipo de dato personal, os contaré y sin entrar en mucho detalle su situación.
Ella es una persona que perdió a un ser querido, y desde entonces siente mucha culpa. La razón de que se sienta así es porque su familiar se suicidó.
Me contaba con mucho dolor que él era una persona enferma (tenía un trastorno mental grave) y que a menudo se apoyaba en ella cada vez que tenía una crisis. Me contó también que ella durante mucho tiempo estuvo ahí, pero llegado un momento se agotó y dejó de estar tan presente.
En ese espacio de tiempo fue cuando ocurrió el suicidio, y hoy día, no puede perdonárselo. Siente que tendría que haber hecho más.
Esta historia me resonó, ya que como profesional de la salud mental no me resulta ajeno el conflicto de preguntarme “hasta donde llega mi responsabilidad” y la duda, ¿puedo hacer algo más?
Imagino que esta no es sólo una cuestión que atienda a psicólogos, sino también a enfermerxs, trabajadorxs sociales, coachs, étc. En general, todas aquellas personas que trabajan de alguna manera cuidando a otras personas.
A menudo cuando estoy preocupado por alguno de mis pacientes, suelen decirme lo que tienes es que aprender a separar lo laboral de lo profesional.
A lo que yo suelo preguntarme, ¿acaso es qué lo laboral no es lo personal?
No sé como acude la mayoría de la gente a sus puestos de trabajo, pero yo no entiendo otra manera de hacerlo que no sea poniendo parte de mí en ello. Y como en mí caso, creo que le sucede a la mayoría de los profesionales como los que he mencionado anteriormente.
Considero que las personas que eligen un oficio que implica trabajar con personas, de forma general, tienen una gran vocación. Es decir, sienten que son lo que hacen.
Por eso, cuando algo no va bien o alguien sufre, se ponen en juego dos cuestiones: nuestra empatía y nuestra identidad. Es decir, estamos fallando en aquellos que somos. Mejor dicho, eso es lo que podemos llegar a sentir.
Existen dos caracteres persono lógicos con los que las personas a las que les cuesta ponerse límites a la hora de ayudar suelen tener problemas. Estos son la responsabilidad afectiva y el perfeccionismo.
La responsabilidad afectiva es algo nuclear en cualquier relación, es la razón por la que cuidamos y nos solidarizamos de la otra persona con quién tenemos un vínculo. Sin embargo, algunas personas, debido a ese perfeccionismo que en este acaso atiende a la moral, no se permiten ser egoístas.
El egoísmo tiene muy mala prensa, pero yo no le confiero una connotación tan negativa, ya que considero que el saber salvarse a uno mismo/a es una habilidad tan importante, sino más, que el hacerlo con los otros.
Las creencias rígidas sobre lo que es “estar a la altura”, “ser buena persona”, “responsabilizarse” y otras, contribuyen a sentir niveles de presión que generan un gran sufrimiento.
A las personas que nos dedicamos al cuidado de otras, ya sea forma profesional o personal (guiño, guiño), nunca nadie nos ha enseñado donde se encuentra el límite en el que tenemos que dejar de ayudar, coger distancia o simplemente hacernos cargo de la situación, pero de otra manera.
Son nuestros valores, sentido común y creencias las que van jugando en ese espacio relacional y moviéndonos de una manera u otra.
Tampoco creo que haya una ley escrita o dogma a la que nos podamos aferrar y en caso de duda poder acudir, para consulta si tenemos que limitarnos o no.
De manera que le he estado dedicando un tiempo a este asunto para poder compartir con vosotros alguna reflexión más o menos clara, y he llegado a dos conclusiones.
La primera es que el límite infranqueable debe ser nuestra propia autoestima. No podemos o no debemos irnos al barro con nadie. Además, de esa persona a la que cuidamos, tenemos hermanos, hijos, amigos y muchos otros seres queridos que nos necesitan sanos para disfrutarnos. Y sin lugar a duda, nosotros mismos nos necesitamos así.
Y la segunda es la digestión del “no puedo”. No poder o no saber cómo ayudar no nos convierte en malos cuidadores o profesionales. Él clásico no se puede ayudar a todo el mundo debe estar presente en nuestras azoteas mentales.
Creo que es precisamente esa frustración e impotencia la que hace que necesitemos dejar de ayudar. Y a veces, ni quién lo necesita puede mejorar, ni nosotros tenemos que poder sí o sí conseguir que mejore.